Una mirada al movimiento sindical salvadoreño.





Históricamente, el ejercicio de la libertad sindical del país ha estado marcado por una serie de obstáculos que van desde las formas más sutiles de impedir la organización obrera hasta atentados contra la vida e integridad personal de las y los representantes sindicales. En ese contexto se ha ejercido la libertad sindical en El Salvador.
Las manifestaciones de violencia contra personas sindicalizadas han tenido distintas formas y características según el momento particular en que los trabajadores y las trabajadoras se organizan. A continuación se retoman algunas consideraciones históricas que es importante entender para hacer lecturas más objetivas de la realidad sindical contemporánea, puesto que no es posible desligar la coyuntura actual del proceso histórico en el que los sindicatos han venido funcionando desde el siglo pasado.
Del Estado imperante en la década de los años setenta, se ha dicho que tenía un carácter “(…)
facistoide, sui géneris, originado en el propósito declarado de las Fuerzas Armadas de establecer un “nuevo orden”, en un intento creciente por militarizar la sociedad civil. Con represión de la clase obrera y predominio de la burguesía terrateniente (ya en 1970 la burguesía se ha diversificado al sector financiero, servicios, industria)”.
En esta misma década, concretamente entre 1971 y 1975, se registra un acelerado ritmo de descomposición del campesinado, especialmente en las zonas central y paracentral del país (zona de movimientos campesinos entre 1975 y 1978), así como un rapidísima disminución del campesino medio que pasa a proletarizarse o semi-proletarizarse. A partir del período de posguerra con Honduras, se inicia un nuevo periodo de la lucha de masas determinado por el mayor grado de explotación de las personas asalariadas en general, tanto a nivel urbano como rural, y por el aceleramiento de la conciencia de clase en el marco de nuevas organizaciones revolucionarias que trascienden la mera conciencia sindical. A ello se suma la depauperación absoluta y relativa del proletariado y semi-proletariado rural, fenómeno que se da en medio de un ascenso de precios del café, sin precedentes.
La Unión de Trabajadores del Campo y la Federación de Campesinos Cristianos de El
Salvador –que surgieron de hecho en 1932 ante la prohibición del ejercicio de la libertad sindical– hacen alianza con otras clases y capas asalariadas en el seno del Bloque Popular Revolucionario (1975), iniciando así la lucha por reivindicaciones sobre la tierra, reducción de precios de arrendamiento, salarios mínimos, entre otros, usando diferentes formas de lucha que llegan en el primer semestre de 1977 a la ocupación de tierras por primera vez en los últimos treinta años. Otros sectores de las capas medias y sectores obreros crean otra alianza, el Frente de Acción Popular Unificada. El Estado por su parte se movía en dos direcciones: la represión a las organizaciones políticas y sindicales obreras, tanto urbanas como rurales, que se inicia en 1972 y culmina con el cerco militar de zonas rurales, en 1978. Por otro lado, su lucha con diferentes medios por controlar los organismos laborales en el caso del proletariado industrial, mediante las centrales existentes bajo su control; en el caso del proletariado rural fortaleciendo la Unión Comunal Salvadoreña (UCS), estableciendo cierta coordinación al comienzo, sin embargo bien entrado el conflicto, UCS fue también víctima del grupo paramilitar ORDEN y del ejército, ya que muchos de sus miembros y miembras fueron asesinados y asesinadas. Esto les habría hecho cambiar y alejarse de posiciones gubernamentales.
Para 1971, la población sindicalizada era bajísima en comparación con otros países. El índice de sindicalización sería de aproximadamente 4%, por la prohibición de sindicalización campesina. Entre 1972 y 1976 hay un aumento absoluto de 17,968 miembros y de sólo
6 sindicatos. Sin embargo hay un retroceso de las federaciones con larga lucha sindical y política.
No obstante lo anterior, las huelgas fueron en ascenso entre 1974 y 1977.
Bajo este contexto, una estrategia clave para el crecimiento del movimiento sindical, fue la expansión más allá de los trabajadores y trabajadoras agrarias y sectores campesinos, que eran los grupos más numerosos en vista del carácter agrario de la economía nacional. Aún con lo incipiente del movimiento, sus exigencias elevaron rápidamente su nivel, demandándose cambios en la propiedad y tenencia de la tierra, erradicación del latifundio y de las “relaciones feudales”, junto a las reivindicaciones relativas a salarios y condiciones de trabajo.
En otras palabras, las demandas propiamente laborales pasaron a un segundo plano, y las organizaciones sociales y sindicales de este tiempo dieron preponderancia a la búsqueda de cambios más profundos en la economía y en la sociedad.
Ya en el marco de la guerra civil desatada en los años ochenta, los sindicatos se movían en medio de una extrema polarización, donde algunos se colocaban en posiciones reformistas, alineándose con el Estado, y otros en una línea de acción más de oposición y revolucionaria.
Muchas federaciones nacen en este contexto bélico, en 1987, como movimiento de base de las Fuerzas para la Liberación (FPL), es decir, con una tendencia y naturaleza revolucionarias.
En el contexto del conflicto armado las desapariciones forzadas, las torturas y las ejecuciones extrajudiciales constituían una práctica cotidiana para amedrentar a los movimientos sociales y sindicales (Conclusiones de la Comisión de la Verdad para El Salvador en el Informe De la locura a la esperanza: la guerra de doce años en El Salvador, págs. 55-59); en contraste con en el período actual de la post-guerra se verifican otras formas de represión de la lucha sindical, entre otras; “violación a la contratación colectiva, represión al derecho a huelga y procesos de despidos a dirigentes sindicales”. Con la finalización de la guerra civil en los años noventa, los sindicatos en El Salvador se encuentran debilitados, dispersos, sin proyecto, con dificultades para articular posiciones y demandas. Una fuerte tendencia hacia “independizarse”, tanto de
Federaciones como de Confederaciones y también de la afiliación con partidos políticos, marca este período (Sepúlveda Malbrán, J.M.; Frías Fernández, P.; El Sindicalismo en América Central: desafíos del futuro a la luz de su memoria histórica. Guía didáctica, pág. 103.) La guerra finalizó pero dejó sus secuelas de grave inseguridad y polarizó la confrontación política; el relevo pacífico en el ejercicio del poder, tras largas décadas de autoritarismo impidió cultivar una cultura de participación ciudadana, de respeto a la ley y de equilibrio entre los poderes públicos (Herrera Valencia, B.; Sepúlveda Malbrán, J.M.; Cartilla Didáctica “Globalización y relaciones laborales en Centroamérica: Un desafío para los sindicatos”, Organización Internacional del Trabajo, San José 2003, pág. 11.). Aunado a lo anterior, se continúan constatando “(…) recurrentes denuncias contra funcionarios del Estado por la apropiación de recursos públicos, (…) la escasa institucionalidad de la justicia permite flagrantes violaciones de los derechos humanos y en particular de los derechos laborales y sindicales (…) y la persecución de líderes sociales, además de las trabas y dificultades
que la ley impone a la creación de organizaciones sindicales, se une a la escasa voluntad
(de los empresarios y gobiernos) de consolidar a los actores laborales (…)”

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